viernes, marzo 10, 2006

































EL CINE NO SERIA CINE
SINO FUERA POR FRANK CAPRA


«Capra no sólo ha conseguido un lugar distinguido en esa selecta compañía de directores de cine realmente espléndidos, hombres como Bill Wellman, Fred Zinneman, George Stevens, George Seaton, Billy Wilder, Henry Hathaway, el difunto Leo McCarey y (en el extranjero) Jean Renoir, Fellini, De Sica, Sir Carol Reed y David Lean. Encabeza la lista como el más grande director cinematográfico del mundo» (John Ford, 1971)
No sé que ocurre últimamente con el recuerdo de Capra y sus películas, no sé ciertamente lo que hace que cotice tan a la baja en la bolsa de lo cinéfilamente chic, de lo que se lleva o lo que no en cuestiones de nostalgias, criterios y argumentos. Supongo que es una moda de las que igual que vienen se van solas, pero solo se queda uno con “la abuela” Capra, con el simplista, con el complaciente optimista, con el patriotero americano, con el petulante autobiógrafo, con el menor de los mayores y su, absurdamente, suicida defensa. Para empezar hablemos claro: Frank Capra es uno de los más grandes de la historia del cine. El creador, artífice, padre y dios de ¡Qué bello es vivir! (It´s a Wonderful Life, 1946), Caballero sin espada (Mr. Smith goes to Washintong, 1939), Sucedió una noche (It happened one night, 1934), Juan Nadie (Meet John Doe, 1940), Arsénico por compasión (Arsenic and old lace, 1944), Un gangster para un milagro (A pocketful of miracles, 1961), El secreto de vivir (Mr Deed goes to town, 1936) Horizontes perdidos (Lost horizons, 1937) o La amargura del General Yen (The bitter tea of General Yen, 1932), no merece bajar un escalón ante nadie. Él estaba hecho del material con el que se hace los sueños como también lo estaban Howard Hawks, John Ford, Akira Kurosawa, Alfred Hitchcock, Raoul Walsh, Buster Keaton o Roberto Rossellini por poner ejemplos significativos de esos dioses antiguos que pueblan el mío. Cada uno tiene el suyo y cada uno tiene su criterio, pero yo les hablo de películas, de cine, del semen que hizo al niño feo que aún es (o que, desgraciadamente, ahora es), de hechos empíricos, de obras consumadas. Y el cine de Capra sólo es simplista para los simplistas que no ven más allá de la pantalla y que aún creen que 4 + 4 son 8, Capra solo es reduccionista para los maestros de reducir, de esquematizar, de bocetar ideas, paradójicamente, de muy reducidas miras. Por que el señor Frank Capra era el maestro de la ambivalencia y la contradicción (1) y aunque sus finales fueran cerrados y felices dejaba abiertas todas las puertas posibles a la reinterpretación. ¿Cómo sería la carrera política de Mr Smith? ¿Hasta cuando será posible la relación entre John Doe y la periodista encarnada por Barbara Stanwyck? ¿Después de haber visto el conformismo natural de los demás, variaba algo realmente que George Bailey hubiera nacido en Bedford Falls o en Pottersville? Capra defendía unas ideas y aportaba los argumentos para demostrar sus tesis, pero las refutaciones de cada uno de estas no eran tan meridianas como pudiera parecer por los finales felices, sino que en todo momento pone las dudas sobre el tapete de la propia existencia. Y volviendo a los ejemplos anteriores ¿No dudan tanto Mr Smith como John Doe o George Bailey sobre su honestidad, sobre sus elecciones o sobre su propia vida? ¿En que otras obras está tan presente el suicidio como única salida, como abdicación vital, como manera de arrojar la toalla sudada a la cara de los enemigos que en la del director siciliano? En el cine de Capra sus personajes no son ganadores en un mundo de perdedores sino dignos perdedores en un mundo de tramposos condenados a un fracaso aún mayor al que cualquier victoria o cualquiera derrota les pudiera deparar.. Los directores de cine de aquella época se acercaban muchas noches a Broadway y veían un acto de 3 obras diferentes por día. Iban apresuradamente de un teatro a otro y si algo de lo que veían les gustaba mucho volvían al día siguiente a contemplar la obra entera. En una de esas noches Frank Capra vio el primer acto de la comedia de Hart y Haufman y no volvió al día siguiente. La vio entera y quedó fascinado. Entonces vinieron los problemas con Harry Cohn y las amenazas de querellas, puñetazos, dimisiones y expulsiones. Y en plena disputa, y para enlazar con las contradicciones, Capra le dijo que sólo volvería a rodar para Columbia si le compraba los derechos de la obra que tanto le había gustado. El precio era ciertamente abusivo (200 millones de dólares de la época) y Cohn le replicó que por ese precio no compraría ni la Segunda Avenida. Luego dijo que sí y Capra pudo ganar su último oscar.
Y para Capra esta película era importante, era fundamental, porque le permitía seguir indagando en la bidimensionalidad del hombre bueno y del hombre malo, del héroe y del villano, del sí y del no. La historia de amor imposible entre el hijo del rico embargador y la nieta del humilde embargado le daba todas las piezas maestras para cambiar la plana y maniquea obra de teatro, que no he visto pero que ciertamente me imagino. El enfrentamiento entre el hombre integro y libertario y su especuladora y reaccionaria antítesis, se diluye, se difumina, se contaminan. Y al final aunque gane el bien, como era de esperar de este (no sabemos si por condición o por convicción, por profesión o procesión) optimista para nada moralizante, inherente a su genuina visión del hecho cinematográfico, el mal demuestra que tampoco era tan malo y que siempre es posible la redención si te replanteas tus propios axiomas. El señor Kirby, como en realidad lo era el pérfido Potter, es un hombre rico condenado a la soledad (de antología la escena en la que por fín es consciente de ello) que confiere tener todo el mundo subordinado, un viejo que viendo con el rabillo de ojo las últimas curvas de su camino decide quitarse la piedrecita del zapato. El señor Vanderhof es el patriarca de una gran familia donde todos hacen lo que quieren hacer aunque sus habilidades no estén acordes con su empeño. Escribir obras de teatro inacabadas, construir fuegos artificiales durante todo el día, tocar incansable y nefastamente el xilófono, bailar sin ritmo, traer hielo y quedarse, entrar y quedarse, mirar y quedarse. Y daban ganas de quedarse aunque, sinceramente, sólo un ratito.
La familia Vanderhof más que una metáfora al uso de la imaginativa y dolorida sociedad norteamericana es una extrapolación de unos rasgos distintivos que conforman la variedad y la mezcolanza de diversas etnias, culturas y caracteres de dicha simbiosis. Kirby no es una representación de los poderes fácticos predominantes y manipuladores sino lo que les une, el espíritu colonizador de apacaradoras consecuencias y dimensiones faraónicas e imperiales. Al final la conciencia le puede y sacrifica ese pálpito por el bien común de todos y cada uno, alejándose de todos los ismos políticos que van llegando de la vieja Europa. Capra tenía muy claro que ni fascismo ni comunismo podrían ser la salida, pues ninguna de las dos ideologías respetaban la variedad y el deseo de ser libre, independiente y autónomo, sin ataduras externas ni internas para comportarse tal y como uno mismo es. ¿Utópico o conformista?¿Optimista o pesimista? ¿militante o quimérico? Cada cual puede tener su respuesta.
Sí puede considerarse Vive como quieras como un ejercicio nostálgico (2) que reclama un pasado idílico y puede ser que imaginario y sólo presente en la gran pantalla. La “high comedy” mediante las mejores técnicas cinematográficas se había encargado de presentarnos una sociedad feliz a la vez que despreocupada, ociosa al mismo tiempo que segura de sí misma, una sociedad virtual que gente como Capra, Cukor, Lubistch, Sturges o La Cava se encargaron de elevar a la categoría de arte y a los personajes que ellas habitan, al nivel de paradigma. Por eso Susan Vance desmorona el brontosaurio (el animal extinto) de David Huxley. Por eso tenemos claro con quién tiene que casarse la Tracy Samantha Lord de Historias de Philadelphia (The Philadelphia Story, 1940). El “New deal” de Rooselvelt también tenía que ver lo suyo en todo este entuerto y es por eso que en una época en la que fueron tan frecuentes las deserciones, los suicidios y los abandonos del hogar, los Vanderhof se nieguen a abandonar su casa. Por eso y porque es lo único que les permite mantenerse unidos entre sí mismos y con el pasado. El futuro ya no importaba incluso mucho antes que vinieran Sid Vicious y Johnny Rotten para proclamarlo.
Los académicos debieron ver la cara dulce de esta amarga sinfonía, se tuvieron que quedar con el final y con las gracias de los desgraciados. Pero en el fondo esta película se caracteriza por la cantidad de giros dramáticos que van descolocando al espectador de 1938 y al espectador del 2003. Y sigue viva, sin apenas haber envejecido, sin querer darle la razón a los que niegan y reniegan de Capra y su dulzor inacabable. Supongo que dentro de 10 años estará de moda nuevamente y entonces será Fellini el damnificado, quizá Antonioni vuelva a ser considerado un genio y Howard Hawks sólo un artesano, tal vez alguien se acuerde de Losey y se olvide de Kubrick. Puede, quién sabe, que incluso Greenaway sea considerado el mejor director de los noventa y Woody Allen un botarate repetitivo, pero mientras esto ocurre o deja de ocurrir, los que descubrimos el cine con Capra, los que nos enamoramos del cine cada vez que vemos una película de Capra, los que defendemos el cine de Capra, estaremos de enhorabuena por ésta y otras muestras de su genialidad i-m-p-e-r-e-c-e-d-e-r-a.
(1) En una de las más agudas reflexiones sobre el cine de Frank Capra, Terry Curtis Fox lo definía como una masa de contradicciones cabalgando en un yo-yo. (2) Decía Sabina (y sé que últimamente no está muy de moda citarlo)



EL CINE DE PROTESTA SOCIAL DE FRANK CAPRA


A menudo se tacha el cine de Frank Capra de ingenuo, ternurista y demasiado bienintencionado. ¡Qué bello es vivir! (It’s a Wonderful Life, 1946), considerada habitualmente su obra cumbre, es precisamente la película que suele usarse para apoyar estas acusaciones. Aparentemente, es una fábula navideña cuyo mensaje positivo (por no hablar de la ausencia de derechos de exhibición que pagar) la convierte en una película ideal para que las cadenas de televisión la programen cada Navidad hasta la náusea. Pero, ¿es realmente ¡Qué bello es vivir! una película tan positiva e inofensiva como tradicionalmente se la considera? ¿Es el cine de Frank Capra tan ingenuo como se dice? En una época como la actual, tan poco dada a las sutilezas y en la que todo ha de ser blanco o negro, es difícil defender segundas lecturas o señalar ambigüedades, pero en el caso de Capra nada es tan sencillo como podría parecer leyendo las cuatro frases con las que normalmente se despachan las crónicas de las películas.
La filmografía de Capra gira de forma recurrente en torno a los mismos conceptos: la bondad, la humildad, la solidaridad, la búsqueda de la felicidad, pero también de la lucha por la justicia, el combate contra los corruptos, los avariciosos, los ambiciosos y los manipuladores y, sobre todo, el sacrificio personal en favor del bien de los individuos. En Vive como quieras (You Can’t Take It with You, 1938) retrata su filosofía de la vida, que se resume en vivirla con placer y en procurar que los demás también puedan hacerlo; algo tan sencillo como revolucionario (no en vano a los protagonistas de la película se les detenía y acusaba de ello), puesto que es un concepto radicalmente opuesto a la ideología capitalista que prima la competencia, la ambición, el éxito de unos... a cambio necesariamente de la ruina o, al menos, la mediocridad de otros. En la América del New Deal, que a duras penas lograba salir de la Depresión, estas ideas podían ser reconfortantes para el público mayoritario, pero no dejaban de tener un poso político en absoluto despreciable; si bien Capra siempre se mantuvo al margen de los compromisos políticos (y ha sido calificado, según las épocas y las personas, de reaccionario, apolítico, nihilista, chauvinista y hasta de fascista), su cine es inseparable de las inquietudes propias de la época de Franklin D. Roosevelt.
Capra era sin duda un idealista, pero su actitud no era una pose, él estaba convencido de que la bondad se hallaba en todas las personas y de que ésa era la fuerza que podía hacer cambiar el mundo, aunque fuera a partir de actos individuales. No abogaba por doctrinas sociales o ideologías políticas, simplemente creía en el individuo, aunque su individualismo no tiene nada que ver con el feroz egoísmo propio del capitalismo (puesto que cree en la solidaridad y la amistad), ni tampoco con el cínico nihilismo de las ideologías totalitarias (puesto que tiene una fe total en la democracia). Su sinceridad es lo que hace que sus películas no resulten azucaradas ni sensibleras (aparte de su extraordinario talento como cineasta). Pero hay algo más que lo aleja de la ñoñería: él era consciente de que nada se conseguía si no era mediante el esfuerzo y el sacrificio personal.
En 1939 estrena Caballero sin espada (Mr. Smith Goes to Washington), aún hoy un emocionante alegato a favor de los principios básicos de la democracia rodado en un momento en que ésta se batía en retirada y era menospreciada frente a las ideologías fascistas, nazis y también comunistas que propugnaban la llegada de un hombre nuevo, perfecto y puro (a cambio, por supuesto, de la destrucción del orden "caduco"). Capra quiso lanzar un filme claramente propagandístico (que no patriotero), en que se ensalzan los valores bajo los que se fundó su amadísimo país de adopción: "Un gobierno del pueblo, para el pueblo y por el pueblo". Pero tuvo la osadía de presentar como principal amenaza de la democracia americana al enemigo interior: los oligopolios, los potentados capaces de gobernar un estado al margen de la voluntad popular y de controlar como marionetas a los congresistas y senadores de Washington; y la demagogia, la manipulación informativa y la difamación como medio de llevar a la opinión pública hacia donde convenga a los poderosos. Frente a la amenaza exterior del fascismo, Capra se atreve a señalar con descaro a las grandes corporaciones y los manipuladores mediáticos como los primeros y más peligrosos enemigos de la sociedad americana.
En esa película, James Stewart interpreta a Jefferson Smith, un personaje que sacrifica su crédito personal en una lucha sin esperanza contra la manipulación corrupta de un potentado interpretado por Edward Arnold. Stewart encarna al héroe capriano prototípico: un hombre sencillo, anónimo, de valores intachables, que es capaz de ofrecer su propia vida (en este caso metafóricamente) en favor de los demás, aunque la victoria sea inalcanzable.

La película tiene un final feliz, en el que Smith consigue destapar públicamente la amenaza de la corrupción en el Capitolio; aún así, no resulta difícil imaginarse una conclusión de la historia en que Mr. Smith fuera derrotado y optara por el suicidio como única salida posible. De hecho su actitud es un suicidio político, y el suicidio también planea en torno al personaje del senador encarnado por Claude Rains, la otra cara de la moneda de Smith: su derrumbe final es el que precipita la resolución, porque en el fondo es su lucha interior la que sostiene la tensión argumental.
Precisamente el suicidio o el abandono ante la derrota (o la tentación de dejarse vencer) es una constante en la obra de Capra, y es el tema que aparece como eje central de su siguiente película: Juan Nadie (Meet John Doe, 1941). Es en cierta forma una vuelta de tuerca al argumento de El secreto de vivir (Mr. Deeds Goes to Town, 1936), primera película de mensaje claramente social de Frank Capra; pero frente al alegato contra la mezquindad y a favor de la ingenuidad en que se constituía ésta, Juan Nadie muestra una evolución hacia el escepticismo. Va más allá en la línea de alegato político de Caballero sin espada, ya que esta vez el potentado que interpreta de nuevo Edward Arnold no es un simple corrupto que se contente con manejar las decisiones políticas a su favor: es un individuo de ideología inequívocamente fascista que pretende llegar él mismo al poder mediante la demagogia, manipulando los sentimientos de las masas con falsas promesas, convencido de que América necesita "mano dura" y que incluso se sirve de un grupo de motoristas paramilitares para apoyar sus propósitos mediante la intimidación y la violencia. La película es la más siniestra de su autor y deja entrever sin lugar a dudas un creciente pesimismo en las convicciones de Capra, porque bajo el aparente mensaje de que el pueblo siempre recuperará el sentido común a pesar de los intentos de manipularlo subyace la convicción de que la estupidez y alienabilidad de las masas es el principal punto débil de la democracia (la película se rodó a mediados de 1940, momento en que el totalitarismo parecía a punto de triunfar definitivamente en Europa).
Juan Nadie debía haber sido la obra cumbre de su director, y se puede decir que lo fue... hasta los últimos quince minutos de la película. Capra y el guionista Robert Riskin no supieron acabarla; no es una opinión subjetiva: el mismo Capra lo reconoció abiertamente. Por muchas vueltas que le dieron, ninguno de los responsables supo resolver el conflicto argumental (llegaron a hacer preestrenos con tres finales distintos), porque como muy bien sabían, sólo había una salida posible: el suicidio de John Willoughby/Juan Nadie (Gary Cooper), su sacrificio literal como triunfo póstumo (el carácter mesiánico del personaje es indiscutible). Pero Capra, el estudio y tal vez el público no estaban preparados para un final tan amargo (no era el director amigo de los finales infelices) y se optó por una conclusión decepcionante, anticlimática. Juan Nadie se convirtió en un pequeño fracaso creativo. Luego Capra se enfrascó en Arsénico por compasión (Arsenic and Old Lace, que no se estrenaría hasta 1944), en que se apartaba de la fábula social (aunque no del todo), y se enrolaba en el ejército para poner su oficio de cineasta al servicio de su país mediante una serie de documentales de guerra, Why We Fight [¿Por qué luchamos? en nuestra televisión], tan alabados como difíciles de ver.
A su vuelta, en 1946, Capra estrena ¡Qué bello es vivir!, su regreso al cine y la primera película del nuevo estudio creado en asociación con George Stevens y William Wyler, Liberty Films.
La historia en apariencia es sencilla y tierna: un hombre que ha decidido suicidarse recibe la visita de un ángel, que le hace ver cómo gracias a él la existencia de todos los que lo rodean ha sido mucho mejor de lo que se hubiera podido esperar; ante esta revelación, el hombre se abraza a la vida justo a tiempo de recibir el agradecimiento de todos sus amigos por sus sacrificios. Normalmente se tiene a esta obra como prototipo de la fábula azucarada, pero quizás no sea una película tan tierna como parece (o se nos ha hecho creer): en mi opinión quizá sea la obra más amarga y triste de Frank Capra.George Bailey es un personaje optimista, vital como los protagonistas de Vive como quieras; sueña con viajar y vivir aventuras, con ser algo parecido al Ronald Colman de Horizontes perdidos, pero es también un personaje capaz de sacrificarse por sus amigos y su familia, como el Mr. Smith de Caballero sin espada se sacrifica por su gente y sus ideales. A lo largo de la película se nos narra la historia de un hombre que ha dedicado toda su vida a hacer favores a los demás sin que éstos se lo hayan agradecido nunca; cada sueño, cada oportunidad, es sacrificado sistemáticamente en favor de su hermano, de su tío, de su mujer y de sus hijos, de sus amigos






EL CINE COMO TERAPIA

Los padres de él, los padres de ella.
Los padres de él poseen el mayor imperio económico de Nueva York, y a él dedican toda su vida.Los padres de ella, y su abuelo, y su hermana, y su cuñado, y un señor que pasó una noche por allí y se quedó a vivir, y más personas que residen en la casa de los barrios bajos, poseen sus aficiones y a ellas dedican toda su vida: la danza, la filatelia, la composición musical, las máscaras, los fuegos de artificio, la cocina, la comedia, la pintura,...La película, como muchas de Frank Capra, expone las ideas sin claroscuros:La propiedad en manos de unos pocos oprime al individuo que se ve obligado a trabajar (esto tiene nombre: Capitalismo). Esto es malo.Sin la opresión del Estado y de la propiedad privada el individuo consigue la verdadera libertad (esto se llama Anarquismo). Esto es bueno.O sea, cualquier individuo es bueno; sólo algunos se vuelven malos porque su alta posición social o sus riquezas les arrebatan su humanidad.“Vive como quieras” puede parecer subversiva o vivificadora, según quién la vea. Algunos pensarán que es una idiotez y otros que es una utopía. En cualquier caso, parece irreal. Y sin embargo, no he visto jamás filme menos discursivo y más costumbrista tratando de lo que trata. Es una comedia divertida en la que todos los personajes poseen personalidad propia y su final es hermoso y conmovedor. Una obra que no envejece.


James Stewart, Jean Arthur, Lionel Barrymore, Edward Arnold, Mischa Auer, Ann Miller, Spring Byington

1938: 2 Oscar: mejor película, mejor director / Comedia / SINOPSIS: Alice Sycamore es la única persona con un poco de cordura en una familia llena de lunáticos. Alice se enamora de su jefe, Tony Kirby, cuya familia, por su parte, es todo lo contrario: son ricos y refinadamente cursis. Las diferencias entre el estilo de vida y la mentalidad de ambas familias se agudizan cuando los padres de él van a cenar a casa de ella y la cena termina con la entrada de la policía en la casa y la detención de todos los presentes, acusados de anarquistas. Una joya dentro de la comedia clásica. Una adaptación de un Pulitzer llena de encanto que consiguió el Oscar a la mejor película y mejor director, además de otras 5 nominaciones y el unánime aplauso internacional de crítica y público, a los que sigue seduciendo 60 años después de su estreno.