viernes, marzo 10, 2006



EL CINE DE PROTESTA SOCIAL DE FRANK CAPRA


A menudo se tacha el cine de Frank Capra de ingenuo, ternurista y demasiado bienintencionado. ¡Qué bello es vivir! (It’s a Wonderful Life, 1946), considerada habitualmente su obra cumbre, es precisamente la película que suele usarse para apoyar estas acusaciones. Aparentemente, es una fábula navideña cuyo mensaje positivo (por no hablar de la ausencia de derechos de exhibición que pagar) la convierte en una película ideal para que las cadenas de televisión la programen cada Navidad hasta la náusea. Pero, ¿es realmente ¡Qué bello es vivir! una película tan positiva e inofensiva como tradicionalmente se la considera? ¿Es el cine de Frank Capra tan ingenuo como se dice? En una época como la actual, tan poco dada a las sutilezas y en la que todo ha de ser blanco o negro, es difícil defender segundas lecturas o señalar ambigüedades, pero en el caso de Capra nada es tan sencillo como podría parecer leyendo las cuatro frases con las que normalmente se despachan las crónicas de las películas.
La filmografía de Capra gira de forma recurrente en torno a los mismos conceptos: la bondad, la humildad, la solidaridad, la búsqueda de la felicidad, pero también de la lucha por la justicia, el combate contra los corruptos, los avariciosos, los ambiciosos y los manipuladores y, sobre todo, el sacrificio personal en favor del bien de los individuos. En Vive como quieras (You Can’t Take It with You, 1938) retrata su filosofía de la vida, que se resume en vivirla con placer y en procurar que los demás también puedan hacerlo; algo tan sencillo como revolucionario (no en vano a los protagonistas de la película se les detenía y acusaba de ello), puesto que es un concepto radicalmente opuesto a la ideología capitalista que prima la competencia, la ambición, el éxito de unos... a cambio necesariamente de la ruina o, al menos, la mediocridad de otros. En la América del New Deal, que a duras penas lograba salir de la Depresión, estas ideas podían ser reconfortantes para el público mayoritario, pero no dejaban de tener un poso político en absoluto despreciable; si bien Capra siempre se mantuvo al margen de los compromisos políticos (y ha sido calificado, según las épocas y las personas, de reaccionario, apolítico, nihilista, chauvinista y hasta de fascista), su cine es inseparable de las inquietudes propias de la época de Franklin D. Roosevelt.
Capra era sin duda un idealista, pero su actitud no era una pose, él estaba convencido de que la bondad se hallaba en todas las personas y de que ésa era la fuerza que podía hacer cambiar el mundo, aunque fuera a partir de actos individuales. No abogaba por doctrinas sociales o ideologías políticas, simplemente creía en el individuo, aunque su individualismo no tiene nada que ver con el feroz egoísmo propio del capitalismo (puesto que cree en la solidaridad y la amistad), ni tampoco con el cínico nihilismo de las ideologías totalitarias (puesto que tiene una fe total en la democracia). Su sinceridad es lo que hace que sus películas no resulten azucaradas ni sensibleras (aparte de su extraordinario talento como cineasta). Pero hay algo más que lo aleja de la ñoñería: él era consciente de que nada se conseguía si no era mediante el esfuerzo y el sacrificio personal.
En 1939 estrena Caballero sin espada (Mr. Smith Goes to Washington), aún hoy un emocionante alegato a favor de los principios básicos de la democracia rodado en un momento en que ésta se batía en retirada y era menospreciada frente a las ideologías fascistas, nazis y también comunistas que propugnaban la llegada de un hombre nuevo, perfecto y puro (a cambio, por supuesto, de la destrucción del orden "caduco"). Capra quiso lanzar un filme claramente propagandístico (que no patriotero), en que se ensalzan los valores bajo los que se fundó su amadísimo país de adopción: "Un gobierno del pueblo, para el pueblo y por el pueblo". Pero tuvo la osadía de presentar como principal amenaza de la democracia americana al enemigo interior: los oligopolios, los potentados capaces de gobernar un estado al margen de la voluntad popular y de controlar como marionetas a los congresistas y senadores de Washington; y la demagogia, la manipulación informativa y la difamación como medio de llevar a la opinión pública hacia donde convenga a los poderosos. Frente a la amenaza exterior del fascismo, Capra se atreve a señalar con descaro a las grandes corporaciones y los manipuladores mediáticos como los primeros y más peligrosos enemigos de la sociedad americana.
En esa película, James Stewart interpreta a Jefferson Smith, un personaje que sacrifica su crédito personal en una lucha sin esperanza contra la manipulación corrupta de un potentado interpretado por Edward Arnold. Stewart encarna al héroe capriano prototípico: un hombre sencillo, anónimo, de valores intachables, que es capaz de ofrecer su propia vida (en este caso metafóricamente) en favor de los demás, aunque la victoria sea inalcanzable.

La película tiene un final feliz, en el que Smith consigue destapar públicamente la amenaza de la corrupción en el Capitolio; aún así, no resulta difícil imaginarse una conclusión de la historia en que Mr. Smith fuera derrotado y optara por el suicidio como única salida posible. De hecho su actitud es un suicidio político, y el suicidio también planea en torno al personaje del senador encarnado por Claude Rains, la otra cara de la moneda de Smith: su derrumbe final es el que precipita la resolución, porque en el fondo es su lucha interior la que sostiene la tensión argumental.
Precisamente el suicidio o el abandono ante la derrota (o la tentación de dejarse vencer) es una constante en la obra de Capra, y es el tema que aparece como eje central de su siguiente película: Juan Nadie (Meet John Doe, 1941). Es en cierta forma una vuelta de tuerca al argumento de El secreto de vivir (Mr. Deeds Goes to Town, 1936), primera película de mensaje claramente social de Frank Capra; pero frente al alegato contra la mezquindad y a favor de la ingenuidad en que se constituía ésta, Juan Nadie muestra una evolución hacia el escepticismo. Va más allá en la línea de alegato político de Caballero sin espada, ya que esta vez el potentado que interpreta de nuevo Edward Arnold no es un simple corrupto que se contente con manejar las decisiones políticas a su favor: es un individuo de ideología inequívocamente fascista que pretende llegar él mismo al poder mediante la demagogia, manipulando los sentimientos de las masas con falsas promesas, convencido de que América necesita "mano dura" y que incluso se sirve de un grupo de motoristas paramilitares para apoyar sus propósitos mediante la intimidación y la violencia. La película es la más siniestra de su autor y deja entrever sin lugar a dudas un creciente pesimismo en las convicciones de Capra, porque bajo el aparente mensaje de que el pueblo siempre recuperará el sentido común a pesar de los intentos de manipularlo subyace la convicción de que la estupidez y alienabilidad de las masas es el principal punto débil de la democracia (la película se rodó a mediados de 1940, momento en que el totalitarismo parecía a punto de triunfar definitivamente en Europa).
Juan Nadie debía haber sido la obra cumbre de su director, y se puede decir que lo fue... hasta los últimos quince minutos de la película. Capra y el guionista Robert Riskin no supieron acabarla; no es una opinión subjetiva: el mismo Capra lo reconoció abiertamente. Por muchas vueltas que le dieron, ninguno de los responsables supo resolver el conflicto argumental (llegaron a hacer preestrenos con tres finales distintos), porque como muy bien sabían, sólo había una salida posible: el suicidio de John Willoughby/Juan Nadie (Gary Cooper), su sacrificio literal como triunfo póstumo (el carácter mesiánico del personaje es indiscutible). Pero Capra, el estudio y tal vez el público no estaban preparados para un final tan amargo (no era el director amigo de los finales infelices) y se optó por una conclusión decepcionante, anticlimática. Juan Nadie se convirtió en un pequeño fracaso creativo. Luego Capra se enfrascó en Arsénico por compasión (Arsenic and Old Lace, que no se estrenaría hasta 1944), en que se apartaba de la fábula social (aunque no del todo), y se enrolaba en el ejército para poner su oficio de cineasta al servicio de su país mediante una serie de documentales de guerra, Why We Fight [¿Por qué luchamos? en nuestra televisión], tan alabados como difíciles de ver.
A su vuelta, en 1946, Capra estrena ¡Qué bello es vivir!, su regreso al cine y la primera película del nuevo estudio creado en asociación con George Stevens y William Wyler, Liberty Films.
La historia en apariencia es sencilla y tierna: un hombre que ha decidido suicidarse recibe la visita de un ángel, que le hace ver cómo gracias a él la existencia de todos los que lo rodean ha sido mucho mejor de lo que se hubiera podido esperar; ante esta revelación, el hombre se abraza a la vida justo a tiempo de recibir el agradecimiento de todos sus amigos por sus sacrificios. Normalmente se tiene a esta obra como prototipo de la fábula azucarada, pero quizás no sea una película tan tierna como parece (o se nos ha hecho creer): en mi opinión quizá sea la obra más amarga y triste de Frank Capra.George Bailey es un personaje optimista, vital como los protagonistas de Vive como quieras; sueña con viajar y vivir aventuras, con ser algo parecido al Ronald Colman de Horizontes perdidos, pero es también un personaje capaz de sacrificarse por sus amigos y su familia, como el Mr. Smith de Caballero sin espada se sacrifica por su gente y sus ideales. A lo largo de la película se nos narra la historia de un hombre que ha dedicado toda su vida a hacer favores a los demás sin que éstos se lo hayan agradecido nunca; cada sueño, cada oportunidad, es sacrificado sistemáticamente en favor de su hermano, de su tío, de su mujer y de sus hijos, de sus amigos

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