viernes, julio 28, 2006


Nace un mito



Soy malo, hace tiempo que lo sé". Lo confiesa Cal Trask (James Dean) ante la Biblia cuando su padre le obliga a leer unos versículos en las primeras escenas de la película. Una maldad que a medida que avanza la historia se descubre que no es tal y que esconde detrás de sus actos de rebeldía una exquisita sensibilidad.
James Dean (1931-1955) humaniza a su personaje en Al este del Edén hasta tal punto que hace que el espectador comparta su angustia a lo largo de la narración. Su interpretación, en su primer papel protagonista, fue completa, y a partir de esas imágenes Dean quedaría como uno de los mayores mitos de la historia cinematográfica, cualidad que más tarde se vería revalidada en Rebelde sin causa y Gigante.
Su lenguaje corporal transmite una fuerza arrolladora que le permite mostrar al espectador sus sentimientos y la zozobra interior que padece. Se muestra como un personaje extraño, de profunda melancolía y con un poder misterioso en su mirada.
El escritor John Steinbeck, premio Nobel de Literatura en 1962, describió en su obra literaria la eterna lucha de las gentes que dependen de la tierra para sobrevivir en las situaciones más adversas. Cuando el director Elia Kazan quiso adaptar la novela de Steinbeck al cine, al parecer sólo se fijó en las 70 últimas páginas del libro, para mostrar el conflicto entre dos hermanos por ganarse el afecto de su padre. La supuesta rivalidad entre ambos es falsa y en el fondo los dos sienten admiración y un profundo cariño. La película viene a demostrar que en el hombre existe bondad, a pesar de las engañosas apariencias.
Elia Kazan refleja en Al este del Edén el asfixiante mundo que padece la familia Trask, en el que Adam, un hombre de costumbres estrictas y severas, intenta educar en el recto camino a sus hijos Aron y Cal, tras haber sido abandonado por su mujer. Nadie de la familia se atreve a pronunciar el nombre de ella. Aron es trabajador, obediente y cumplidor. Cal, inquieto y siempre insatisfecho, y no está dispuesto a soportar el silencio que rodea la vida de su madre. Él cree, y secretamente su padre, que ha heredado el carácter rebelde de su madre y ahí radica la tensa relación entre padre e hijo. Un día, Cal se siente extrañamente atraído por Cathy Adams, una misteriosa mujer que regenta el burdel más célebre de la región. A partir de ese instante, la maldición caerá sobre Cal.
Kazan eligió a James Dean por su similitud con el personaje: introvertido, tosco, melancólico y apasionado. Fue su gran valedor ante la Warner, y su interpretación impresionó tanto al público como a la Academia, que le propuso para el Oscar, galardón que ese año se llevó Ernest Borgnine por su fantástica interpretación en Marty.
El protagonista de Al este del Edén no acudió al estreno de la película. Sí se encontraban en la sala de proyección Marilyn Monroe y Marlene Dietrich, que trabajaron en esa ocasión como acomodadoras. Días después, Dean vio su película pasando inadvertido en las filas del cine, como un espectador más. Su fulgurante carrera y su corta vida finalizaron a los 24 años en un accidente de automóvil. Su rostro eternamente joven permanece en los espectadores como un icono de la cultura del siglo XX.





















Si busca felicidad, váyase a vivir a Dinamarca Un estudio afirma que el país más feliz del mundo es Dinamarca mientras que, en el otro extremo, el más infeliz es Burundi


El país más feliz del mundo es Dinamarca, y en el otro extremo, el más infeliz es Burundi, en África, según afirmó el científico británico Adrian White, quién es un psicólogo analítico social de la Universidad de Leicester, en Inglaterra. El documento que emite estos resultados se basó en el análisis de 178 países y 100 estudios solicitados por las Naciones Unidas y la Organización Mundial de la Salud.
"Estamos buscando más bien si se está satisfecho con la vida en general, si las personas están satisfechas con su situación y el ambiente en general" dijo White en una entrevista. Según el investigador, los factores que afectan la medición de la felicidad son la salud, la riqueza y la educación, con lo que ha generado el primer mapa mundial de la felicidad.
Después de Dinamarca sigue Suiza, Austria, Islandia y las Bahamas en los primeros cinco puestos. Al final de la lista está la República Democrática de El Congo, Zimbawe y Burundi. Los Estados Unidos están en el lugar 23, Inglaterra en el 41, Alemania en el 35, España en el 46 y Francia en el 62. Los países que están en conflicto como Irak no se incluyeron en el estudio.
"Los países más pequeños tienen una tendencia a ser más felices por que hay un sentido de colectividad más fuerte y además están las cualidades estéticas de un país", dijo White. "Estamos sorprendidos al ver que los países asiáticos aparecieron en niveles tan bajos, como China en el lugar 82, Japón en el 90 e India en el 125. Estos países se cree que tienen un mayor sentido de identidad colectiva, lo que otros investigadores han asociado con bienestar", añadió el investigador.
White admitió que la recolección de datos sobre el bienestar no es una ciencia exácta pero dijo que las mediciones usadas son muy confiables al momento de predecir resultados con base en sistemas de salud y bienestar.
Otros estudios desarrollados por académicos de todo el mundo que usen los mismos instrumentos de evaluación podrían ayudar a entender mejor los factores que influyen en la felicidad. White afirmó que espera que cada país realice investigaciones bi-anuales.

El país más feliz y ecológico es una isla del Pacífico Una organización británica publica una lista de naciones basada en la relación entre buena vida de los ciudadanos y respeto a la naturaleza


“Estamos acostumbrados a comparar países en términos comerciales o de riqueza bruta. Algunas naciones se ganan una reputación por su música, logros deportivos, gastronomía o valor turístico. Este informe presenta un modo de medición basado en algo más importante: el éxito o fracaso de los países a la hora de proporcionar una buena vida a sus ciudadanos al tiempo que respeta los recursos naturales limitados de los que depende”. Ésa es la base del Índice del Planeta Feliz, desarrollado por la organización británica New Economics Foundation, y que presenta unos resultados bastante llamativos: el mejor país para vivir es una pequeña isla del Pacífico Sur, Vanuatu. España ocupa el puesto 85º. El Índice del Planeta Feliz se basa en una sencilla fórmula no matemática: bienestar por esperanza de vida, dividido entre impacto ecológico. El resultado: Vanuatu lidera de la lista (7,4 x 68,6 /1,1 = 68,2), seguido de Colombia (7,2 x 72,4 / 1,3 = 67,2) y Costa Rica (7,5 x 78,2 / 2,1 = 66). En los puestos de cola, Zimbabwe (3,3 x 36,9 / 1,0 = 16,6), Swazilandia (4,2 x 32,5 / 1,1 = 18,4) y Burundi (3,0 x 43,6 / 0,7 = 19). Estados Unidos ocupa el lugar 150º; Portugal, el 136º y Francia el 129º.
Por áreas geográficas, entre los países occidentales gana Malta (53,3), seguida por Austria (48,8) e Islandia (48,4). Estados Unidos es el peor clasificado (28,8). En África, el mejor es Túnez (58,9), seguido de Santo Tomé y Príncipe (57,9), las Seychelles (56,1), Yemen (55) y Marruecos (54,4). En Asia, Vietnam (61,2), Bhután (61,1) y Sri Lanka (60,3). En Centroamérica y Suramérica, Colombia (67,2), Costa Rica (66) y Panamá (63,5). En el Caribe y el Pacífico Sur, por detrás de Vanuatu aparecen República Dominicana (64,4) y Cuba (61,9).
“El Índice del Planeta Feliz desnuda la economía hasta su concepto más básico: lo que usamos (recursos) y lo que obtenemos (vidas humanas más o menos largas, más o menos felices”, asegura la organización británica, que ha realizado este informe en cooperación con el grupo del mismo país Amigos de la Tierra.
“El orden en el que aparecen los países puede que contradiga la intuición, pero eso se debe a que los políticos se han perdido al dejarse guiar por modelo matemáticos abstractos de una economía que tiene poco que ver con el mundo real”, ha declarado uno de los directivos de la organización, Andrew Simms, a la agencia de noticias Reuters.

miércoles, julio 12, 2006



















"La clave para mejorar la educación la tiene la sociedad"




José Luis García Garrido es catedrático de la Universidad Nacional de Educación a Distancia, en cuya Facultad de Educación tiene encomendadas tareas docentes e investigadoras en el ámbito de la Educación Comparada e Internacional. Académico numerario y Vicepresidente de la Academia Europea de Artes y Ciencias (con sede en Salzburgo, Austria); consejero titular del Consejo Escolar del Estado dentro del capítulo de “Personas de reconocido prestigio”, desarrolla una permanente tarea de asesoramiento a organismos internacionales y gobiernos de varios países sobre reformas educativas, acciones de formación de profesorado y dirigentes escolares. Ha ocupado diversos cargos en el Ministerio de Educación y pertenece a varias asociaciones internacionales. Fue presidente de la Comparative Education Society in Europe entre 1985 y 1988, así como de la Sociedad Española de Educación Comparada. Entre su obra escrita (23 libros y más de 300 artículos y ensayos, publicados en revistas y publicaciones nacionales e internacionales y en varias lenguas), destacan Fundamentos de Educación Comparada (Dykinson 1982, 1986, 1991, con traducciones al rumano, al inglés y al chino), Problemas mundiales de la educación (Dykinson 1982, 1987, 1992), Primary Education on the Threshold of the Twenty-first Century (en inglés, francés y español, Paris 1986, 1987, 1988); Reformas educativas en Europa (Madrid, 1994), The Enciclopedia of Higher Education, vol I (coordinador, Pergamon Press, Oxford, 1994), La sociedad educadora (en colaboración, Madrid, 2000).

¿Estamos educando bien a nuestros hijos?

En primer lugar cabría una respuesta desdramatizada, parece como si hubiera un declive de la educación de los hijos y, sin embargo, existe una enorme preocupación. La atención que hoy prestan los padres y madres a sus hijos no tiene parangón con ninguna otra época, especialmente por parte de los padres, que casi desaparecían en esa tarea y encomendaban esa misión a la madre, a la sociedad y a los centros educativos. Pero ese mayor grado de compromiso y dedicación no siempre se corresponde con una acertada conducción de los hechos. Se está produciendo una dejación del poder de los padres y madres, tal vez por excesivo cariño o apego a unos hijos que cada vez son menos, o porque tienen miedo a les tachen de paternalistas, cuando no de algo peor. Pero la autoridad de los padres debe prevaler, entendiendo como autoridad sencillamente la consideración de que los padres tienen algo que decir en la vida de sus hijos. La realidad es que los hijos cuentan con otros referentes, y la sociedad respalda el mensaje de que lo dicen sus padres es un recado que no convence.
Sin embargo, la institución que goza de mejor predicamento es la familia.

Pero en el tema de la educación la familia se encuentra sola. Hoy, el entorno es absolutamente deseducativo. Esto ha llevado a que la familia y la escuela pasen de ser agentes activos de la educación a ser defensivos. Dedican gran parte de su tiempo a intentar prevenir y reconducir las conductas. La clave de la mejora de la educación no reside ahora en la familia ni en la escuela, sino en mejorar la sociedad, el entorno donde se desarrolla el niño y la niña.
¿Qué factores provocan ese entorno? ¿La televisión, por ejemplo?

La televisión es un factor deseducante más de nuestra sociedad, pero también es un chivo expiatorio. La tele la encienden las personas y su programación la deciden personas, no podemos cargar la culpa sobre las comunicaciones audiovisuales como si fueran entes autónomos. En muchos otros ámbitos se presenta una sociedad agresiva, que incita a imponerse al contrario, una sociedad cuyos iconos son el ocio y la manera fácil de conseguir dinero a cualquier precio. El número de actos violentos que ve un niño hasta los 18 años es escalofriante. Esto confirma que hay cambiar el signo de los tiempos, salir de la crisis en la que estamos sumidos y procurar una sociedad que incite al aprendizaje y que premie el esfuerzo. Decíamos que los padres están solos, y la escuela con ellos, pero es que la escuela se ve abocada a enviar mensajes negativos: evitar las drogas, evitar que se pase el día viendo la televisión, evitar que se enganchen al móvil… Tiene que poder abandonar el credo negativo y ofrecer alternativas positivas.
Los sistemas educativos también están cuestionados.

Después de la Segunda Guerra Mundial hubo un intento de igualitarismo en todos los ambientes de la sociedad, y en la enseñanza esto se tradujo en la puesta en marcha de una educación igualitaria. Lo que en Inglaterra se llamó escuela comprensiva, en la que un mismo programa era impartido en una clase muy heterogénea. Para hacer a todo el mundo igual se olvidaron las diferencias entre las personas. A mi juicio así salen perdiendo los chicos con mayores dificultades, pues se les engaña cuando se les dice que han de hacer lo mismo que los demás, cuando no pueden o no quieren. Hay pues un porcentaje de escolares con mucho retraso que pasan de curso sin haber aprendido. Pero eso tal vez es menos preocupante, lo más negativo es el ambiente de mediocridad que se impone, que choca frontalmente con la excelencia. Muchos estudiantes salen con la sensación de que pierden el tiempo y hacen el esfuerzo suficiente para cumplir el expediente, pero no para dar lo mejor de sí mismos. Y esto va en contra del desarrollo de un país, pues un país necesita de personas que se esfuerzan. Para crear igualdad se está produciendo desigualdad. Y precisamente los más conscientes de ello son el estudiante aventajado que se aburre en clase y el que no llega, que desde el inicio eran menos iguales al resto.
Las estadísticas de fracaso escolar en España son de las más altas de la Unión Europea. Casi tres de cada diez alumnos no finaliza los estudios obligatorios, y cerca de la mitad de los que obtienen el título de Graduado en Secundaria lo hacen con asignaturas pendientes.

El fracaso escolar no es sólo preocupante, es dramático. Hoy en día, fuera de la escuela no hay posibilidad de socializarse. La persona extraescolarizada se ha quedado sin recursos para entrar en la vida social, hasta para aspirar a una profesión poco especializada es necesario haber pasado por la escuela. No en vano los focos de pobreza en el mundo están ligados a la falta de educación, pero no sólo en países no desarrollados. En Occidente también sucede, con el agravante de que la escolarización es obligatoria y gratuita. Ahora se ha producido un fenómeno nuevo: los analfabetos que han ido a la escuela durante 12 años de su vida, el llamado iletrismo escolarizado. No se ha querido ver que pasar curso sin aprender, tolerar el fracaso, obviar la falta de conocimiento lleva a esos chavales que han estado sólo ocupando un pupitre al mundo marginal. Debemos que tomar buena nota, y pensar por qué la escuela no les atrae, y procurar una escuela atractiva que aúne voluntades para el aprendizaje.
También el profesorado acusa esta crisis. Es un sector profesional con mayor porcentaje de estrés y de depresión. ¿Por qué?

En todos los países de nuestro entorno se produce esa angustia de un profesional que está implicado y es colaborador en la educación, además de estar preparado para ello, pero que se encuentra con alumnos que no quieren aprender y con un sistema que les permite no hacerlo. Esto conduce a la desmotivación del profesorado, que al cabo de un tiempo está corroído y que a lo largo de todo un curso pasa de sentirse frustrado a estar estresado. Y, al final, los mejores profesionales, antes que enfrentarse con el aula, prefieren hacer otra cosa, marchar a otros departamentos, buscar otra salida profesional dentro de su carrera. Además, en España, su descrédito se procede en la base. ¿Por qué en las escuelas de Magisterio se pide más nota para estudiar la rama de Educación Física y de Música que para Primaria? Por otra parte, el profesorado también debería tomar nota de la crisis social y saberse ejemplo de su alumnado. El profesor de lengua clásica no puede ser visto por los alumnos leyendo siempre un periódico deportivo.
Un problema del ámbito educacional que en este momento llama poderosamente la atención es el de la violencia en la escuela, ¿con qué datos nos enfrentamos?
En 1998 había registrado un 13% de profesorado agredido. Este porcentaje está subiendo de manera alarmante. Se están introduciendo armas blancas en las escuelas. Las agresiones al profesorado han crecido. Además, no sólo son agresiones verbales, se pinchan las ruedas de sus coches, se les amenaza físicamente. A esta violencia hay que sumar la que sufren otros alumnos. Siempre se ha producido el caso del niño intimidado, pero hoy está amenazado por un grupo más violento, y no encuentra en el profesorado, que también está amenazado, apoyo. La solución, insisto, está en cambiar los valores sociales.
El alumnado pasa cada vez más tiempo en la escuela, con las llamadas clases extraescolares, ¿cómo ayudan en su educación?
Es un tema de extrema importancia. Al dejar en manos de la escuela la educación, como si fuera el único agente válido pues es el profesional, la escuela se convierte en totalizadora de la educación del niño. Y, sin embargo, las investigaciones advierten que cuantas más horas está abierta una escuela menos educación produce, pues conforme pasa el día se va perdiendo el ambiente de aprendizaje. Esto nos lleva a concluir que las actividades extraescolares no pueden ser responsabilidad de la propia escuela. Si las imparte el mismo centro, no se trata en esencia de clases extraescolares.
Pero la propia sociedad demanda su implantación.

Pues debe ser ella la encargada de procurar actividades educativas fuera de la escuela, y no sólo organizar el ocio. Una escuela es una institución de aprendizaje que sabe enseñar mejor que otras instituciones determinadas materias, pero no todas. La manía con la enseñanza de la religión. Nadie aprende a ser católico, musulmán o protestante en la escuela.

¿Aboga, pues, con suprimir su enseñanza?

Para mí, la enseñanza de la religión en la escuela forma parte de la materia cultural. Todas las culturas tienen referencias religiosas, por lo que su aprendizaje es necesario para acceder a otros conocimientos. No abogo por la enseñanza catequística, esa es una labor de las iglesias y de las familias. Pero la religión relaciona al hombre con la trascendencia, y es preciso enseñar al niño las soluciones que dan las diferentes creencias, sin afán de adoctrinar a nadie.
La escuela es también el reflejo de una sociedad, donde la inmigración es cada día mayor. Pero no podemos pretender que sea la única llave de integración de los nuevos ciudadanos en la comunidad. La están dejándo sola, convirtiéndola en el único espacio de convivencia. Su verdadera acogida ha de producirse en muchos otros ámbitos. De cualquier forma, sí es necesario un esfuerzo añadido de la escuela en la integración del emigrante, pues, como hemos dicho, si no logramos su escolarización le condenamos a la marginación. En este aspecto, en España estamos todavía a tiempo de no cometer los errores de países vecinos.

martes, julio 11, 2006



¿Qué es la inteligencia?

El debate ya es un clásico y de las respuestas posibles se desprenden distintas concepciones sobre el ser humano. También consecuencias prácticas en la manera de encarar la educación y las diferencias sociales.



Durante muchísimos años estuve a la búsqueda de una buena definición de la palabra inteligencia.
¿Qué es exactamente? Todo el mundo, y cuando digo todo es porque no hay manera de haber hablado con alguien que en algún momento no hubiera dicho: “es un tipo muy inteligente” o “una persona muy inteligente” o bien, “tiene una inteligencia descomunal” o al revés, “no tiene un gramo de inteligencia”.
Paro acá, porque usted ya entiende de qué hablo. Pero lo que me asombra es que si uno le pide a alguien que le diga qué es la inteligencia, lo más probable es que se encuentre con respuestas muy variadas y dispares.
a) Se trata de la capacidad para resolver problemas.
b) Se trata de la capacidad para adaptarse rápido a situaciones nuevas.
c) La habilidad para comprender, entender y sacar provecho de la experiencia.
d) La capacidad de un individuo para percibir, interpretar y responder a su entorno.
e) La habilidad innata en percibir relaciones e identificar co-relaciones.
f) La destreza para encontrar correctamente similitudes y diferencias, y reconocer cosas que son idénticas.
Obviamente, la lista podría continuar. Hubiera bastado que le dedicara más tiempo a recorrer Internet o buscar en las enciclopedias que tengo a mano. El problema reside en que no hay una definición aceptada universalmente sobre lo que significa. Entonces, ¿de qué habla la gente cuando habla de inteligencia?
Más allá de mi resistencia y que me cueste aceptarlo, hay un hilo conductor en lo que cada uno cree que dice cuando habla de la inteligencia de una persona.
Pero tengo preguntas inmediatamente.
Sea lo que sea la inteligencia,
- ¿Uno es inteligente para todo?
- Una persona inteligente para los negocios, ¿es también inteligente para la física?
- Para ser inteligente, ¿uno tiene que ser rápido?
- ¿Tiene que llegar a las conclusiones más rápido que la media? Y por otro lado, ¿cómo se mide la media?
- ¿Puede uno ser inteligente solo siendo profundo pero no necesariamente rápido?
- ¿Ser inteligente es tener ideas nuevas?
- Las personas inteligentes, ¿están preparadas para entender todas las preguntas y buscar las respuestas?
- ¿Dónde está el punto o la línea, en donde uno pasa de no-inteligente a inteligente?
Las posiciones clásicas
Históricamente hay ya planteado un debate sobre el tema y, por supuesto, hay varios ángulos para entrarle.
Unos sostienen que es una cuestión genética y, por ende, hereditaria. Otros, que depende del ambiente en el que el chico se desarrolla, los estímulos que recibe. Y en el medio, todos los demás. Desde 1930 se discute si la inteligencia es sólo genética o determinada directamente por las condiciones de contorno. Pero fue en la década del ’60 y del ’70 en donde se produjo el vuelco más dramático entre el discurso público y el privado: nadie se atrevía a decir abiertamente lo que los científicos especialistas en el área comentaban en voz baja: la inteligencia –para ellos, claro está– tiene un fuerte componente genético y, por lo tanto, hereditario.
En Estados Unidos, se publicó en 1994 la primera edición del libro The Bell Curve. Intelligence and class structure in American Life (“La Curva de Bell. La inteligencia y la estructura de clases en la vida norteamericana”). Se convirtió automáticamente en un best-seller y generó todas las polémicas imaginables. Sus autores, Richard J. Herrnstein y Charles Murray, presumen de haber encontrado una buena definición de inteligencia, formas de cuantificarla y, por lo tanto, formas de medirla. Aparecen análisis estadísticos (que ellos interpretan como irrefutables desde el punto de vista científico) y un estudio pormenorizado del IQ (Intelligence Quotient, cociente de inteligencia o coeficiente de inteligencia). El IQ se transformó en el método más general para expresar la performance intelectual de una persona cuando uno la compara con la de una población dada.
El libro dividió a la sociedad norteamericana (no necesariamente en partes iguales). Quienes adhieren a las conclusiones de Herrnstein y Murray son vistos como reaccionarios de ultraderecha (y lo bien que hacen). Los otros quedan ubicados en el amplio espectro que queda libre.
Lo que resultaría indispensable es analizar lo que se discute desde un punto de vista más desapasionado. Es difícil debatir sobre un tópico tan inasible e indefinible con certeza.
Otros científicos están fuertemente en desacuerdo con los tests de inteligencia (y lo bien que hacen también), “porque –sostienen– la más importante de las cualidades humanas es demasiado diversa, demasiado compleja, demasiado cambiante y demasiado dependiente del contexto cultural y –sobre todo– demasiado subjetiva para ser medida por respuestas a una mera lista de preguntas”.
Y siguen: “La inteligencia es más equiparable a la belleza o a la justicia que a la altura o el peso. Antes que algo pueda ser medido necesita ser definido”.
Desde otro lugar, Howard Gardner, psicólogo de Harvard, sostiene que “no hay un solo tipo de inteligencia o una inteligencia general, sino siete caracterizaciones bien definidas: linguística, musical, lógica-matemática, espacial, corporal y dos formas de inteligencia personal (intrapersonal e interpersonal), basadas en la capacidad computacional única de cada persona”. Y agrega: “Sé que mis críticos dicen que lo único que hice fue redefinir la palabra ‘inteligencia’ extendiéndola hasta lugares que para otros ocupa lo que se llama ‘talento’. Pero si algunos quieren denominar al pensamiento lógico y al lenguaje como ‘talentos’ y aceptan sacarlos del pedestal que ocupan actualmente, no tengo problemas en hablar sobre ‘talentos múltiples’ que puedan tener las personas”.
¿Ambiente o herencia?
Los debates ardientes continúan entre los que atribuyen la inteligencia al contexto social de educación y los del otro lado del mostrador, que la ven como genéticamente determinada desde el momento de la concepción. Así puesto, el tema hierve, porque toca las controvertidas cuestiones de educación, clases sociales y relaciones raciales.
Mi posición frente a este debate es que las condiciones de contorno son esenciales. Un ejemplo: si el día que yo nací hubieran equivocado al bebé que le llevaron a mis padres, estoy seguro de que el chico que se hubiera desarrollado en mi casa hubiera tenido altas posibilidades de desarrollar sus habilidades libremente. Claro, no necesariamente hubiese sido ni matemático ni periodista. Pero lo que me queda claro es que hubiera explotado la habilidad “de fábrica” que tiene cada persona al nacer.
No quiero aparecer como un experto en el tema, ni mucho menos. Sólo quiero plantear un problema que circula hace mucho tiempo y que no tiene solución aparente. Mi opinión es sólo una más, tan valiosa (o no) como la de cualquier otra/o.
Pero la quiero dar igual: estoy convencido que todos nacemos con alguna destreza, con el gusto por algo particular, con algún talento o facilidad. Pero si un niño, desde el momento en que nace se desarrolla en un medio ambiente sin posibilidades económicas, o sin estímulos adecuados, es muy probable que nunca llegue a descubrir qué le gusta, ni qué disfruta.
Si les diéramos a todos los niños la posibilidad de vivir en condiciones de desarrollar todo su potencial entonces, después, podríamos analizar quién es inteligente y quién no. Aunque ni siquiera nos hayamos puesto de acuerdo con lo que quiere decir.